En la historia, ocasionalmente se cruzan iniciativas que unen a personas e instituciones en grandes propósitos.
Fue lo acontecido en 2003, un año en que a pesar de la confrontación armada que se vivía en el departamento y el país, juntó en nuestra región anhelos, sueños y esperanzas de paz de actores decididos a trabajar por este logro. La confluencia inicial se dio entre la Iglesia Católica, la Gobernación del Tolima y la Fundación Social.
Hay que recordar el contexto histórico del momento. Una guerra exacerbada con múltiples y crueles hechos violentos en el país con consecuencias gigantescas en víctimas y hechos de desplazamiento. En nuestro departamento se registraban tomas guerrilleras, extorsiones y asesinatos. Muchos alcaldes ni siquiera podían despachar desde sus municipios y existía la política de enfrentar militarmente este conjunto de manifestaciones desde la política de seguridad democrática.
Desde la Gobernación del Tolima se había intentado apaciguar la violencia a través de una propuesta de diálogos regionales de paz que fue negada por el gobierno nacional. Ante esa circunstancia, de una manera obstinada, el gobernador de la época, conoció el trabajo que venía haciendo el sacerdote Francisco de Roux en el Magdalena Medio y quiso replicar esta experiencia de convivencia y paz en nuestro departamento, impulsando el surgimiento de un Programa de Desarrollo y Paz, PDP.
El Magdalena Medio era en ese momento un polvorín por el enfrentamiento entre guerrillas, grupos paramilitares y fuerza pública, sin embargo, el trabajo del sacerdote de Roux a través del Programa de Desarrollo y Paz, venía reivindicando la premisa de primero la vida y promovia desde las organizaciones del territorio un trabajo por el desarrollo como vía para el logro de la paz. Este trabajo fue tan impactante que la Unión Europea lo respaldó a través de un Laboratorio de Paz, un experimento social que buscaba demostrar que cuando hay determinación por la vida, no obstante los obstáculos de los violentos, la paz se puede construir.
Este referente fue el que se quiso replicar. Con la iniciativa de la Gobernación del Tolima, la Iglesia Católica y la Fundación Social se inició el 1 de mayo de 2003, la búsqueda de actores estratégicos en el Tolima que compartieran el anhelo de construir un Programa de Desarrollo y Paz. En un trabajo vertiginoso, el 18 de junio se logró el acuerdo de 12 instituciones que abrazaron este propósito y se dispusieron a crear un ente gestor que hiciera realidad esta apuesta, ahí surgió Tolipaz, una organización sin ánimo de lucro que articula actores públicos, privados y a la Iglesia.
Las discusiones de la época pasaban por la definición precisa de qué haría diferente a Tolipaz de otras organizaciones que hablaban del desarrollo de la región. La respuesta precisa en su momento la expuso Monseñor Flavio Calle, Arzobispo de Ibagué en esa época: “…nuestra institución se debe orientar hacia el Tolima-Paz, debe trabajar en los territorios más afectados por la guerra y con las poblaciones más golpeadas por este flagelo. Buscamos aliviar el dolor de las víctimas y tenemos una clara opción por trabajar con los más pobres buscando condiciones de inclusión social”.
Así surge una institución que le apuesta claramente a la construcción del desarrollo y la paz en un momento crítico de la confrontación armada en el país. Una organización que articuló actores estratégicos y que empezaba una fase de despegue como una nave que se elevará, volará y enfrentará turbulencias por las corrientes encontradas que se entrecruzan en la aspiración de lograr una senda de concordia, convivencia y paz para los colombianos.
Qué ha hecho Tolipaz lo abordaré en la siguiente columna.