Cuando uno llega, lo asalta el desánimo. El paisaje que se encuentra invita al desaliento. Cientos de personas se agolpan en los centros de distribución de los medicamentos de las EPS, buscando como es lógico pensar que se los entreguen a los reclamantes luego de cancelar el copago, según la condición del afiliado. Hay muchos miembros de la tercera edad casi suplicando la entrega de lo recetado por sus médicos y varios de ellos esperando el paquete de pañales que cada mes deben recibir.
Cuando uno se suma a este viacrucis, escucha historias de abuso de todo tipo, desde las institucionales, hasta las relacionadas con la pésima atención de los funcionarios encargados de la entrega que, con cara de pocos amigos, simplemente manifiestan que el medicamento no se encuentra en bodega y por lo tanto deben volver en otro momento, para si la gracia del espíritu santo lo permite en ese momento lo puedan entregar, previo el pago respectivo.
Este servidor ha sido no solamente testigo de esta situación, sino también víctima de la crisis de este sistema de salud. Requiriendo un medicamento importante para una condición médica que lo venían entregando normalmente, de repente, hace más de dos meses, la suspenden y, la razón es que no hay existencias en las bodegas. Sin palidecer, el encargado solicita que haga el copago y que cuando llegue lo requerido, lo envían a la comodidad del lugar de residencia. Cayendo en el poder persuasivo de la palabra del empleado, hice lo recomendado y luego lo esperado nunca llegó.
Ahí comenzó el viacrucis, pues la característica del medicamento ordenado por el especialista y que venía recibiendo, simplemente no existe en el mercado. ¿Qué hacer? Comprar uno que era diferente, aunque con los mismos componentes o esperar como el santo Job a que el distribuidor dijera que por fin había llegado.
Este ejemplo es apenas una muestra del tremendo abuso que se comete a diario con miles y miles de pacientes. La no entrega de medicamentos no es solo un problema técnico o administrativo, sino un síntoma de una crisis profunda del modelo de salud y de una disputa por el poder en la gestión de los recursos públicos de este sector.
La salud se ha vuelto un campo de batalla donde se enfrentan dos visiones de país: una que defiende el negocio de la salud, con congresistas comprados para defender estos intereses, y otra que pretende convertirla en un derecho garantizado por el Estado sin intermediación para que no se lucren las mafias que se han enquistado en el sector.
La reforma a la salud que se necesita y que debe transformar este sistema permanece estancada en el Congreso, el gobierno sigue lejos de lograr unas mayorías que la aprueben y menos un consenso político, pues se ha enfrentado a unas EPS que usan su enorme poder de intermediación como arma política y seguramente lograrán que se frene cualquier asomo de cambio que afecte sus negocios.
Que bueno sería que el freno de la no entrega de medicamentos no siga siendo una forma de presión política para erosionar el apoyo a la reforma a la salud en que ha insistido el gobierno. Lo que quieren es que la gente diga al unísono: “Sin las EPS el sistema no funciona, sigamos con ellas”, para ello han venido generando descontento en la población, para que sea la misma gente la que pida a gritos que dejen el negocio de la salud en las manos de quienes han hecho fiestas con ellos.