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Por: Hugo Rincón González
Han pasado 5 años desde del histórico evento realizado en el Centro de Convenciones de Cartagena al que asistieron personalidades de todo el mundo, quienes alborozados apoyaron y legitimaron un proceso que tardó cuatro años en negociación entre el gobierno del presidente Santos y la guerrilla más vieja del mundo.
La alegría y el optimismo vivido por los asistentes no presagiaba lo que iría a suceder unos días después con el plebiscito que por un margen estrecho negaría ese gran esfuerzo realizado por las partes enfrentadas durante más de cinco décadas.
El plebiscito del 2 de octubre de 2016, podría señalarse como un hito emblemático de la extrema polarización que se ha venido desarrollando en el país. Con perplejidad la comunidad internacional registraba lo ocurrido en esa fecha, no podían entender cómo una sociedad violenta azotada durante tanto tiempo por una guerra fratricida, le dijera no a la paz así fuera por una ínfima diferencia.
Luego de una campaña sucia, plagada de mentiras, acudiendo a la emoción según reconocieron los promotores del no al plebiscito, lograron sacar a la ciudadanía emberracada a rechazar la agenda con los seis puntos acordados. La abrumadora mayoría de la gente desconocía la apuesta hacia un nuevo campo colombiano con la reforma rural integral; la importancia de la apertura democrática en el punto de participación política; el fin del conflicto con la dejación de armas de los guerrilleros; la solución al problema de las drogas ilícitas; el acuerdo sobre las víctimas del conflicto y la creación del Sistema de Justicia Transicional, hasta llegar al punto de la implementación, verificación y refrendación.
Mucha gente creyó el cuento de que con el acuerdo se le entregaría el país a las Farc, estigmatizaron al presidente Santos como traidor y farsante, además de interpretar que era un texto para beneficiar exclusivamente a la guerrilla. Todo este ambiente desembocó en la victoria electoral en las presidenciales para el sector opositor a esta iniciativa de paz que se encaramó en el poder.
El acuerdo de paz en estos 5 años ha tenido aspectos a resaltar como: 1) la dejación de armas de 13.000 combatientes; 2) la creación del Sistema de Justicia Transicional con la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas; 3) las curules para las víctimas en el congreso; 4) el amplio y generoso apoyo de la cooperación internacional, entre otros.
Estas conquistas se ven oscurecidas por hechos inobjetables: 1) la amenaza y el asesinato de líderes y excombatientes que es una vergüenza; 2) la desfinanciación de la agenda de paz promovida desde el gobierno del presidente Duque que genera incumplimientos; 3) el intento de hacer trizas el Sistema de Justicia Transicional por el interés de sectores de extrema derecha; 4) el incremento de las áreas sembradas en coca y la producción de cocaína debido al desinterés del gobierno de cumplir el acuerdo de sustitución de cultivos de uso ilícito; 5) el retroceso en la seguridad por la presencia de disidencias y grupos de paramilitares y narcotraficantes, por mencionar algunos aspectos.
Ya son 5 años de haberse firmado el acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, señalado por muchos como el mejor acuerdo que se podía hacer si tenemos en cuenta que la guerrilla no fue derrotada militarmente; ha soportado embates feroces de sectores que tienen interés en la existencia permanente de la guerra por los beneficios electorales al ofertar “seguridad” a sus votantes y económicos para los mercaderes de armas.
Una paz imperfecta es preferible al desgarrador conflicto que se viene reciclando en muchas regiones del país con cifras escalofriantes, aterradoras en muertos y nuevos desplazamientos, la sociedad colombiana debe seguir defendiendo esta apuesta por la reconciliación y la convivencia para garantizar una vida digna para todos los colombianos sin distingo alguno. La paz debe ser el fin supremo para los colombianos, debe ser nuestra causa común para el presente y el futuro. Sigamos luchando por ella sin descanso.