*Imagen de archivo del Proyecto de Agricultura Urbana ejecutado por TOLIPAZ y financiado por la Alcaldía de Ibagué (2019)
Por: Hugo Rincón González
A medida que avanza el confinamiento de las familias en el marco de la pandemia que nos azota por el coronavirus, empiezan a asomar en los barrios populares y centros poblados rurales, los trapos rojos. Indicadores del hambre que amenaza a esas personas por no tener nada que consumir debido a que no tienen como comprar los alimentos y a que aún no llegan los mercados que hoy entregan los mandatarios en medio de enormes escándalos por denuncias de sobreprecios de los productos que constituyen los kits alimenticios que han negociado en una contratación cuestionable.
El hambre se levanta como una gran amenaza para muchas familias en nuestra región y en otras en nuestro país. Colombia, un país donde no debiera existir este fenómeno, ha llegado a esta situación por no tener como prioridad garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria de sus comunidades. Desde las épocas en que abrazamos el modelo de la apertura económica, dejamos de producir alimentos bajo el sofisma de que era más costoso producirlos que importarlos de otros países. Renunciamos a producir comida y nos dedicamos al monocultivo pensando en los biocombustibles y en cultivos para la exportación.
La fiebre por este modelo nos ha llevado a que los propios campesinos hayan abandonado el pancoger donde se generaban los alimentos que consumían con sus familias. Grave error con tremendas consecuencias. Esta circunstancia ha generado que muchas veces los centros urbanos, al depender de los alimentos producidos en el campo, vean escasear los mismos, propiciando situaciones que podrían rayar con la hambruna si no se atiende con ayudas alimenticias a las comunidades.
En este contexto de la lucha contra el hambre en los centros urbanos y en el de los objetivos del milenio que ya pasaron, en octubre de 2005, la Corporación Autónoma del Tolima, Cortolima, en convenio con la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre de Cuba, desarrolló por primera vez, el seminario teórico-práctico sobre agricultura urbana y permacultura, donde participaron más de cien personas del sector urbano de Ibagué y de varios municipios del Tolima.
Los facilitadores de ese proceso formativo mostraron las bondades de la agricultura urbana especialmente cuando esa nación tuvo que sufrir el desabastecimiento de alimentos luego de la caída del comunismo en la desaparecida Unión Soviética.
Exhibieron fotografías de los cultivos en los patios de las casas y en los espacios más insólitos. Sembraban hortalizas en cualquier recipiente, incluso en zapatos y ollas viejas. Se necesitaba un poco de conocimiento y deseo de producir comida para luchar contra la hambruna que se cernía sobre ellos. Sin duda esta formación fue un hito en este tema para nuestra región. Luego del mismo, Cortolima empezó a promover la agricultura urbana como una estrategia para producir alimentos dirigiendo sus proyectos a las comunidades más vulnerables donde era claro que se consumían dietas hipoprotéicas e hipocalóricas.
La agricultura urbana se ha trabajado en más de veinte municipios en el Tolima. Se ha realizado intercambio de experiencias con otras regiones, se han capacitado comunidades en producción agrícola dentro de la ciudad utilizando diversos recipientes y se ha roto el paradigma de que se necesita mucha tierra para generar alimentos.
Como estrategia para luchar contra el hambre ha sido efectiva. En estas experiencias promovidas se han hecho ferias, impulsado el trueque y hasta capacitado a las comunidades beneficiarias en preparación de todo tipo de alimentos que ellas mismas producen. Se ha demostrado que las mujeres, los ancianos y los niños asumen un compromiso especial con esta alternativa.
“La agricultura urbana nos sirve hasta de terapia, nos ayuda a distraernos mientras producimos nuestra comida”, refiere una participante del proyecto que se desarrolla en un municipio del norte del Tolima. Mirando los trapos rojos que se asoman indicando que hay hambre en las ciudades, se queda uno pensando que ésta no debería existir si promoviéramos con decisión la agricultura urbana como una estrategia efectiva para erradicar este flagelo que nos amenaza.