Hay viajes que se convierten en un nostálgico regreso al pasado. Cuando se llega al sitio se produce un remolino de recuerdos que nos rodean. Se siente una suerte de melancolía opresora. Cada espacio que se recorre en el presente, inexorablemente lo comparamos con lo que era en nuestra época.
Pareciera que los lugares de antes hoy tuvieran una dimensión distinta. Lo que era gigantesco desde nuestra percepción hoy se nos antoja empequeñecido. Los cambios evidentes no nos dejan olvidar lo que fue. Una casa remodelada tiene tras de sí, en nuestra memoria la forma que anteriormente tuvo. El paso del tiempo es inexorable, como dijo un poeta: “el tiempo, el implacable el que pasó, siempre una huella triste nos dejó”.
Si uno recorre las calles de un pueblo donde antes vivió su niñez y adolescencia, evidentemente lo encontrará diferente, más si el tiempo se cuenta en décadas. Recordaremos los sitios que tuvieron una cercanía casi íntima con nosotros en esos tiempos. Miraremos en lo que hoy están convertidos. Si pasamos por la escuela o el colegio de nuestra primaria y el bachillerato, se nos vendrán a la memoria los amigos y las innumerables aventuras y pilatunas de esa época. Los juegos, los flirteos y primeros escarceos amorosos y los bailes que juntaban a casi todo el pueblo en las ferias y fiestas.
Nos veremos en ese túnel del tiempo con la apariencia física que tuvimos. La mayoría de nosotros con una delgadez extrema, casi famélica. Poco que ver con la actual. Aparecerán nuestros familiares presentes y ausentes. Vendrán lágrimas al evocar lo que significaron en nuestras vidas. ¿Adónde se van esos momentos vividos, adónde irán? ¿Qué se hicieron esos jóvenes esmirriados y alegres que soñaban salir adelante? ¿Adónde irán? Para los cuánticos, seguramente estarán en los universos paralelos.
Capítulo aparte es la constatación de que en nuestro terruño somos casi unos desconocidos. Si se indaga por los amigos y compinches del ayer, seguramente nos dirán que hace mucho tiempo abandonaron el pueblo buscando un mejor futuro. Nos dirán que las fuentes de empleo no están en el municipio sino en las grandes ciudades que siguen ejerciendo un potente factor demostrativo y movilizador en busca de oportunidades. ¿Qué pasó con fulano le pregunté a una persona que aún conozco? Ah, ese se murió hace dos años de un infarto. Queda uno perplejo al recordar que era uno de los más alegres del grupo del bachillerato. Pero… “así es la vida alcancé a escuchar. Venimos con fecha de vencimiento”. Sin duda pensé.
Toda esta reflexión me vino a la mente por la visita hecha con mis dos hermanas a Chaparral. Querían estar en su tierrita después de muchos años. Encontrar a la familia que aún reside en el municipio. Evocar viejas épocas. Fue un ejercicio del recuerdo desde que entramos por el cementerio y subimos por el viejo camellón. Pasar por su escuela de primaria, ver a la distancia las cuadras tantas veces recorridas al ir al estudio.
Evidenciar que el hoy parque de los presidentes no tiene nada que ver con el “tontódromo” de otrora. Seguramente en sus cabezas estaba el recuerdo de las vueltas al parque con sus amigas mientras un enjambre de admiradores se apostaban sentados en las bancas a ver en qué momento les llegaban a echarles el cuento.
Hay reminiscencias necesarias. No debemos olvidar nuestro origen. Nunca tener en la desmemoria de dónde venimos y qué nos da identidad. Me alegro y le doy gracias a Dios y a la vida poder compartir estos momentos con ellas. Son esas pequeñas cosas las que hacen bella nuestra vida y nos prodigan momentos felices.