Por: Hugo Rincón González
Realicé hace quince días una reflexión sobre el ejercicio de escritura que se promovió entre los estudiantes de la Universidad de Ibagué acerca de la guerra y reconciliación en nuestra región y el país. Señalé la importancia de este trabajo por la necesidad de acercar y sensibilizar a los jóvenes universitarios con temas que nos afectan a todos como ha sido la violencia que se ha ensañado a lo largo y ancho de la nación.
Las historias que narraron a través de sus textos son dolorosas, lacerantes, hablan del horror vivido, ese que queremos dejar atrás. Son relatos de guerra y de reconciliación. No podemos quedarnos en la remembranza de la violencia sino apostarle a su superación a través de la enorme resiliencia que han tenido quienes la han padecido y soportado. Como dicen los habitantes de los territorios más afectados por el conflicto armado en el pasado, queremos que a nuestros municipios los reconozcan por hechos positivos y no por el eterno y doloroso estigma de la confrontación.
Esa aspiración válida y legítima en nuestra región y en todo el país se viene refundiendo con los últimos sucesos que han acontecido en diferentes zonas geográficas, ligados nuevamente al reciclaje de la violencia y la exacerbación de los odios promovidos por ciertos sectores que se niegan a abandonar la guerra. Son espantosas las situaciones que se han presentado en los últimos días: masacres a jóvenes en Cali y Samaniego (Nariño), enfrentamientos violentos de fuerza pública con campesinos, acciones armadas de grupos irregulares, amenazas y desplazamientos entre otros.
Según la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, en lo que va corrido de 2020, ellos han documentado 33 masacres y otras nuevas como las ocurridas la semana anterior por documentar. Se han presentado 97 asesinatos de personas defensoras de derechos humanos y la cifra tiende a seguir creciendo. Como quien dice “volvió el horror”, porque muchos creen que es mejor una guerra perfecta que una paz imperfecta como la que se firmó en noviembre de 2016.
La violencia y la guerra no se nos puede volver paisaje. Nuestra sociedad no puede permanecer indolente ante tanta sevicia y horror. La juventud debe tener un futuro diferente a la desesperanza. No pueden los jóvenes ser los objetivos de la barbarie. Debemos reaccionar conjuntamente con las autoridades para avanzar y consolidar el respiro de paz que se venía construyendo en las diferentes regiones.
Es hora de volver a reivindicar la necesidad de alcanzar una paz completa. Una que le apueste sinceramente a la implementación de los acuerdos logrados en 2016, retome un diálogo con el Eln y avance en el sometimiento de las bandas criminales y el narcotráfico. Es el momento de rechazar al unísono los odios y los señalamientos. Estamos a tiempo de evitar regresar a las épocas en que se señalaba que en Colombia existía un estado fallido por la falta de control de muchos territorios y porque en los mismos campeaba la presencia y la “justicia” de los grupos armados irregulares.
Es el momento de la verdad. Una que aclare por qué pasó lo que pasó y garantice que no habrá repetición de los hechos victimizantes. Tiempo para construir una narrativa diferente, donde se reivindique el derecho a la vida para todos. Donde sepultemos para siempre los rencores y los extravíos de las venganzas.
Leyendo los textos de los jóvenes escritos en los relatos de guerra y reconciliación que he reseñado y en muchos mensajes que aparecen en las redes sociales, no puede uno sino decir como muchos compungidos compatriotas: duele Colombia y este dolor lo debemos erradicar de una vez y para siempre.